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viernes 30 de abril de 2010

Ha muerto el cardenal Mayer, primer presidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei



Esta mañana, en Roma, ha muerto el cardenal benedictino Paul Augustin Mayer, decano en edad del Sacro Colegio y que el próximo 23 de mayo iba a cumplir 99 años. Después del cardenal Alfons Maria Stickler (1910-2007), era el purpurado que más hizo por la causa de la liturgia romana clásica en los años más difíciles previos al motu proprio Summorum Pontificum, habiendo sido el primer presidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, cargo desde el que trabajó con sincero empeño y espíritu de comprensión y apertura hacia los fieles vinculados a dicha liturgia. El cardenal Mayer era un buen amigo de la Federación Internacional UNA VOCE, que siempre se sintió apoyada y animada por él.

Hijo de un alto oficial del ejército, nació el 23 de mayo de 1911 en Alttöting (diócersis de Passau), en el entonces reino de Baviera. Esta localidad es el centro de la devoción mariana del pueblo bávaro, ya que en ella está situada la Gnadenkapelle o Capilla de la imagen milagrosa de la Virgen Negra, una de las más importantes metas alemanas de peregrinación. El actual papa Benedicto XVI solía acudir allí para venerar a Nuestra Señora durante sus años mozos. No es de extrañar, pues, que Paul Mayer fuera un gran devoto de la Madre de Dios.

Ingresó muy joven en la Orden Benedictina, siendo admitido en la abadía de Sankt Michaels de Metten (diócesis de Ratisbona), donde profesó el 17 de mayo de 1931, tomando el nombre de Augustin, que añadió al de bautizo. Realizó sus estudios en la Facultad Teológica de Salzburgo, concluyéndolos en Roma, en el Pontificio Ateneo de San Anselmo (Anselmianum), anejo a la abadía y basílica del mismo nombre sobre el monte Aventino. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1935. Entre 1937 y 1939 fue docente en su abadía de Metten. En 1939 regresó a Roma como profesor en el Anselmianum, donde enseñó hasta 1966, siendo nombrado rector magnífico desde 1949. Entre 1957 y 1959 simultaneó su actividad académica con el cargo de visitador apostólico de los seminarios de Suiza, nombrado por el venerable Pío XII y ratificado por el beato Juan XXIII. Entre 1960 y 1962 participó activamente como secretario en la Comisión Preparatoria del Concilio Vaticano II. Más tarde sería secretario de las comisiones conciliar y postconciliar para las escuelas católicas y la formación sacerdotal.

En 1966 fue elegido abad de Sankt Michael de Metten. Recibió la bendición abacial del gran obispo de Ratisbona, Mons. Rudolf Graber (el cual fue uno de los primeros prelados en denunciar la crisis postconciliar). Fue, además, presidente de la Conferencia Abacial de Salzburgo en 1970-1971. El 8 de septiembre de 1971, el siervo de Dios Pablo VI lo nombró secretario de la Sagrada Congregación para Religiosos e Institutos Seculares, cargo que implicaba la consagración episcopal, la cual recibió el 13 de enero del año siguiente, en la Basílica de San Pedro, de manos del propio Papa, quien lo había preconizado arzobispo titular de Satrianum (provincia del Salernitano). Fueron co-consagrantes de Mons. Mayer los cardenales Bernardus Johannes Alfrink (1900-1987), arzobispo de Utrecht y primado de los Países Bajos, y William Conway (1913-1977), arzobispo de Armagh y primado de Irlanda.

El 8 de abril de 1984, el venerable Juan Pablo II lo designó como pro-prefecto de la Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Sagrada Congregación para los Sacramentos. En este desempeño fue uno de los artífices del famoso “indulto de las dos Teresas” contenido en la Carta circular de la Sagrada Congregación para el Culto Divino Quattuor abhinc annos del 3 de octubre de 1984, por el cual se concedía a los obispos la facultad de permitir la celebración de la misa en el rito romano tradicional según el Misal Romano de 1962, aunque con grandes restricciones. La carta lleva justamente la firma de Mons. Mayer como pro-prefecto y de Mons. Virgilio Noè en calidad de secretario de dicha congregación. Hay que decir que en aquella época de dura proscripción de facto de la liturgia romana clásica, esta carta fue un indudable avance a pesar de sus limitaciones. Recordemos que la influencia del bugninismo era poderosísima por entonces (de hecho, la encuesta Knox de 1980 sobre la misa tradicional pretendió minimizar la cuestión y presentar a los adherentes a la liturgia clásica como un número exiguo de nostálgicos: “no es un problema de toda la Iglesia”). Mérito fue de Mons. Mayer lograr esta primera aunque tímida apertura.El venerable Juan Pablo II lo creó cardenal diácono de San Anselmo en el Aventino (su alma máter) en el consistorio del 25 de mayo de 1985. Este año, pues, dentro de pocas semanas, habría sido su jubileo argénteo cardenalicio. El 27 de mayo del mismo año fue nombrado prefecto de la Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Sagrada Congregación para los Sacramentos. Ambas fueron reunidas el 28 de junio de 1988, en virtud de la constitución apostólica Pastor Bonus, en un solo dicasterio: la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. De ésta fue Mayer cardenal prefecto tan sólo tres días, pues renunció el 1º de julio para hacerse cargo, al día siguiente, de la apenas creada Pontificia Comisión Ecclesia Dei, respuesta del papa Wojtyla a la crisis suscitada con motivo de las consagraciones episcopales sin mandato apostólico llevadas a cabo por Mons. Marcel Lefebvre en Ecône el 30 de junio.

El mandato del cardenal Mayer al frente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei duró exactamente tres años, desde el 2 de julio de 1988 hasta el 1º de julio de 1991. Fue relativamente breve, pero durante él, entre otros logros, se erigió la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro como instituto de derecho pontificio y el Monasterio del Barroux como abadía. Fue precisamente el cardenal presidente quien confirió la bendición abacial a Dom Gérard Calvet, primer abad de Santa María Magdalena. En el campo de la liberalización de la liturgia romana clásica, el cardenal Mayer marcó hitos decisivos. Ya en 1986 había formado parte de la famosa comisión cardenalicia ad hoc reunida por el venerable Juan Pablo II para asesorarlo sobre este asunto y que dio un dictamen favorable (que sería recogido sólo en 2007 por Benedicto XVI en su motu proprio Summorum Pontificum). En una carta a la sociedad australiana Ecclesia Dei, el cardenal declaraba que ciertamente nadie tiene derecho a gozar de un privilegio (refiriéndose a los indultos de 1984 y 1988), pero una vez concedido dicho privilegio los beneficiarios tienen derecho a gozar de él. Su marcha de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei significó un radical cambio de rumbo de ésta bajo las sucesivas presidencias de los cardenales Antonio Innocenti (1991-1995) y Angelo Felici (1995-2000). Durante un decenio este dicasterio se mantendría al margen de las expectativas de los fieles por cuyos intereses debía velar, hasta el nombramiento del cardenal Darío Castrillón Hoyos, que tanto haría en lo sucesivo por la liberalización de la liturgia romana clásica y por promover nuevos institutos dedicados a ella.

El 29 de enero de 1996, optó por el orden cardenalicio de los presbíteros al ser elevada su diaconía de San Anselmo en el Aventino a título pro hac vice. Su vida una vez jubilado por edad fue de estudio y retiro, como buen benedictino que era. Desde él apoyaba a la Federación Internacional UNA VOCE. Una de sus últimas apariciones en público fue en 1998 para presidir unas vísperas pontificales en rito tradicional en la iglesia romana de Santo Spirito in Sassia con motivo de la celebración del X aniversario del motu proprio Ecclesia Dei adflicta. Quienes tuvimos el privilegio de verlo recordamos su diáfana, ascética y estilizada figura, que recordaba mucho la del gran Pío XII. De salud delicada en sus últimos años, ya no salía de su domicilio cerca de la Via della Conciliazione. En él recibía amablemente a sus esporádicos y ocasionales visitantes, que le recordaban con gratitud por todo lo que hizo por la causa de la misa. En noviembre del año pasado, Leo Darroch, presidente de la FIUV, en el curso de la XIX Asamblea Estatutaria, pudo aún acudir a cumplimentarlo y expresarle el reconocimiento de la Federación por su amistad constante y sincera. El cardenal agradeció mucho el gesto, ya que, como alguna vez admitió, la soledad de los ancianos príncipes de la Iglesia es muy grande.

Paul Augustin Mayer se ha extinguido hoy como una candela que en su día dio mucha luz a su alrededor. Sus restos mortales son velados en la Basílica de San Pedro, cerca de la cátedra a la que siempre fue fidelísimo. Sus exequias tendrán lugar el próximo lunes 3 de mayo, presididas por el cardenal Angelo Sodano, anterior secretario de Estado de Su Santidad. El Servicio Vaticano de Informaciones añade que el Papa en persona pronunciará la oración fúnebre y el responso final. Un gran bávaro que despide a otro gran bávaro… Que la Virgen Negra de Alttöting haya acogido el alma de este siervo fiel y el Señor, en su Misericordia, lo recompense con la vida eterna. Eminencia: ¡hasta la eternidad! Descanse en paz.


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Miércoles 28 de abril de 2010

Roma aprueba el nuevo Misal Romano en inglés

“Recibo con agrado la noticia de que la traducción inglesa del Misal Romano estará pronto lista para la publicación de modo que los textos que os habéis esforzado tanto en preparar puedan ser proclamados en la liturgia que se celebra en el mundo anglófono”. Con estas palabras del Papa Benedicto XVI, se cerró hoy el largo y fatigoso camino que condujo a la nueva edición del Misal Romano en inglés, iniciado hace varios años atrás. Ya en abril del pasado año,

Con ocasión de la aprobación, el Santo Padre almorzó hoy con los miembros del Comité Vox Clara, instituido por la Santa Sede y presidido por el Cardenal George Pell, que tuvo la misión de asistir y aconsejar en este trabajo a la Congregación para el Culto Divino. En un breve discurso, el Santo Padre les agradeció la obra que el Comité realizó en los últimos ocho años. El Papa alabó la acción colegial del Comité y “el gran compromiso en el estudio de las traducciones y en la elaboración de los resultados de las numerosas consultas hechas”.

El Papa se refirió a la tarea del Comité recurriendo a la enseñanza de su maestro espiritual: “San Agustín habló de modo muy bello de la relación entre Juan Bautista, la vox clara que resonaba en las orillas del Jordán, y la Palabra que anunciaba. Una voz, decía, sirve para compartir con quien escucha el mensaje que ya está en el corazón de quien habla. Una vez pronunciada la palabra, ella está presente en el corazón de ambos y, por lo tanto, la voz, después de haber desarrollado su tarea, puede desaparecer”. “A través de estos textos sagrados y las acciones que los acompañan– prosiguió el Pontífice -, Cristo será hecho presente y activo entre su gente. La voz que contribuyó a hacer brotar estas palabras habrá completado su tarea”.

Benedicto XVI se refirió, luego, al próximo desafío que se presentará: “la tarea de preparar la recepción de la nueva traducción por parte del clero y de los fieles laicos”. El Papa consideró que “muchos encontrarán difícil adaptarse a textos insólitos después de casi cuarenta años de uso constante de la traducción precedente. El cambio deberá ser introducido con la debida sensibilidad y la oportunidad de catequesis que esto presente deberá ser acogida con firmeza”. Finalmente, el Santo Padre dijo que ora para que, de este modo, “sea evitado cualquier riesgo de confusión o desorientación, y el cambio sirva como trampolín para una renovación y profundización de la devoción eucarística en todo el mundo anglófono”. El “gran paso adelante” que mencionábamos hace algunos meses se ha concretado hoy con la aprobación de la Santa Sede: las comunidades católicas de lengua inglesa tendrán, próximamente, una nueva traducción del Misal Romano, mucho más bella y digna, y en mayor fidelidad a la edición latina.

 

La Buhardilla de Jerónimo

fuente: la buhardilla de jeronimo

comentábamos algunos pasos de este largo proceso. Ahora, después de la polémica de los pasados meses, la Santa Sede ha aprobado la nueva traducción del Misal Romano en lengua inglesa, que es mucho más fiel a la editio typica latina.

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Martes 27 de abril de 2010

Una paciente restauración

Ofrecemos nuestra traducción al español de una interesante entrevista que Monseñor Nicola Bux ha concedido a la redacción del blog Disputationes Theologicae.

Monseñor, usted es profesor de teología sacramental y es también considerado uno de los expertos de liturgia más cercanos al Papa, ¿un signo de que no se puede hablar de liturgia sin doctrina?

Como se sabe, la liturgia pertenece al dogma de la Iglesia. Todos saben que de la fe de la Iglesia se llega a la liturgia, y de la oración nos remontamos al dogma. Todos conocen el adagio lex orandi, lex credendi. A partir del modo de orar se comprende en qué creemos, pero es también del modo de creer de donde deriva el modo de orar. Es lo que ha sido retomado y sabiamente desarrollado por la encíclica Mediator Dei del venerable Siervo de Dios Pío XII.

Ahora, incluso los más tenaces partidarios de una “revolución permanente” en la liturgia, parecen ceder frente a las sabias argumentaciones del Papa, de las cuales hay un eco clarísimo en su libro. ¿Estamos frente a una nueva (o antigua, si se prefiere) visión de la liturgia?

La liturgia es, esencialmente, de institución divina, se basa en partes inmutables queridas por su Divino Fundador. Precisamente en razón de este fundamento, se puede afirmar que la liturgia es de “derecho divino”. Los orientales, no por casualidad, usan el término “Divina liturgia” ya que ésta es obra de Dios, “opus Dei”, dice san Benito. La liturgia no es algo humano. En el documento conciliar sobre la liturgia, en el n. 22 § 3, se dice claramente que nadie, aunque sea sacerdote, puede añadir, quitar o cambiar alguna cosa en la liturgia. ¿El motivo? La liturgia pertenece al Señor.

Durante la Cuaresma, hemos leído los pasajes del Deuteronomio en los cuales Dios mismo establece incluso el mobiliario para el culto; en el Nuevo Testamento, es Jesús mismo que dice a los discípulos donde preparar la cena. Dios tiene el derecho de ser adorado como Él quiere y no como queremos nosotros. De lo contrario, caemos en un culto “idolátrico”, en el sentido propio del término griego, es decir, un culto hecho a nuestra imagen. Cuando la liturgia refleja los gustos y las tendencias creativas del sacerdote o de un grupo de laicos, se hace “idolátrica”. El culto católico es en espíritu y en verdad porque está dirigido al Padre, en el Espíritu Santo, pero debe pasar por Jesucristo, debe pasar por la Verdad. Por eso, es necesario redescubrir que Dios tiene el derecho de ser adorado como Él ha establecido.

 

Las formas rituales no son algo para “interpretar”, ya que ellas son el resultado de la fe pensada y convertida, en cierto sentido, en cultura de la Iglesia. La Iglesia se ha preocupado siempre de que los ritos no fueran el producto de gustos subjetivos sino la expresión de la Iglesia entera, es decir, “católica”. La liturgia es católica, universal. Por lo tanto, incluso con ocasión de una celebración particular o en un lugar particular, no se puede pensar en celebrar en contraste con la fisonomía “católica” de la liturgia.

Lamentablemente, estamos frente a una actitud del clero que, aún sin negar abiertamente la eficacia de los sacramentos, descuida frecuentemente el aspecto así llamado del “ex opere operato” del sacramento, que, de ese modo, queda reducido casi a un simple “símbolo”. ¿La causa está, tal vez, en la pérdida de la “ritualidad” tradicional?

La causa de esto es, en primer lugar, el olvidar que el culto se hace a un Dios presente, a un Dios operante, y no a un Dios imaginario; que se hace al Señor Jesús. El n. 7 de Sacrosanctum Concilium nos explica también los modos de esta presencia. Ese punto está tomado casi por completo de la Mediator Dei (con el añadido de la presencia en la Palabra). Allí se explica claramente que la liturgia tiene su razón de ser en que Dios está presente; de lo contrario, se convierte en autorreferencial, se vuelve vacía.

El olvido, la infravaloración, de la presencia del Señor, principalmente en la Eucaristía, donde está presente verdadera, real y sustancialmente, es causa del descuido del que usted habla. Con este descuido se llega a definir la liturgia como conjunto de símbolos, signos, como hoy se oye decir; en este contexto, “signo” es entendido sólo como “lo que refiere a otra cosa”, no está la idea de que el signo es todo uno con aquello que significa. Aquí se entra en el sacramento. Cuando este aspecto se pierde, los sacramentos son reducidos a simples símbolos, no se habla más de “eficacia”, de los efectos que producen; no es más el Señor que “hace”, que “obra”, por medio de los sacramentos. Este es el significado de la expresión clásica “ex opere operato”, un poco extraña, pero que significa la operatividad del sacramento a partir de Aquel que en él obra.

Daré el ejemplo de un medicamento: en la apariencia, ves una ampolla o una pastilla o un líquido, pero no son sólo el símbolo de la curación que quieren aportar ya que, si los tomamos, nos curan y nos sanan, es decir, se ven sus efectos. El autor de este efecto es el Señor presente y operante en el rito sacramental. San León Magno, citado en el Catecismo de la Iglesia Católica, dice que después de la Ascensión, todo lo que del Señor era visible en la tierra, ha pasado a los sacramentos. Así, hoy para nosotros el Señor continúa estando presente y visible. En este sentido debemos comprender a Santo Tomás cuando habla de “materia” del sacramento. Si no volvemos a este tipo de expresión realista, no entendemos los sacramentos.

La presencia divina no es sólo algo para intuir “simbólicamente” sino que es algo que toca al hombre por medio del sacramento, es algo que actúa. Yo mismo puedo dar testimonio, y conmigo muchos sacerdotes, de la curación de los enfermos después de la unción, pero también de la curación del alma después de la confesión o gracias a la frecuencia de la Eucaristía. Los sacramentos tienen efectos, tienen consecuencias en razón de la causa. Son las consecuencias de la presencia divina, que es lo que obra en la divina liturgia. Ha dicho el Papa a los párrocos de Roma que el Sacramento es introducir nuestro ser en el ser de Cristo, en el ser divino.

Más allá de ciertos utopistas que, con escaso sentido pastoral, quisieran una restauración de todo e inmediatamente, debemos preguntarnos cómo se puede actuar, suave pero firmemente, para mejorar con gradualidad ciertos aspectos de la liturgia. ¿Cómo actuar en este proceso tan necesario como largo? ¿Cómo adaptarse a la realidad sin compromisos?

Es necesario tener en cuenta el momento histórico que vivimos, en el que se registra una crisis general de la autoridad, sea del padre, del Estado, de la Iglesia (y en la Iglesia); como decíamos, se corre el riesgo de terminar en una concepción “hecha por ti”. Actualmente nos encontramos en una generalizada anomia (ausencia de ley), si bien todos recurren a la ley cuando son conculcados los propios derechos.

De los derechos de Dios, en cambio, nos olvidamos siempre. ¿Cómo se puede pedir la observancia de las normas litúrgicas si antes no se explica qué es el “ius divinum” de la liturgia? Hoy ya nadie lo sabe. En primer lugar, es necesario hacer entender el sentido de las normas. Es un poco como en moral, la determinación de una ley se funda primero en la comprensión de sus principios, y se sabe que, cuando se habla de liturgia y de sacramentos, hay implicaciones morales. Primero, decía, es necesario entender que el sentido de las normas deriva de la convicción de que la “primera norma” es adorar a Dios – Adorarás al Señor, tu Dios, y no tendrás otro Dios fuera de Mí -, no se puede hacer un culto a imagen propia, de lo contrario, se deforma a Dios. Hoy no sólo nos imaginamos un dios y luego inventamos el culto a él, sino que incluso imaginamos un culto sobre el cual nos inventamos el dios. La idolatría significa una “idea distorsionada de Dios”. Esta es la realidad que nos circunda.

El Papa Benedicto XVI, en la carta a los Obispos en la cual explica el sentido del levantamiento de las excomuniones a los Obispos consagrados por Mons. Lefebvre, quería hacer entender a quien le reprochaba el ocuparse de problemas secundarios como los relativos a la liturgia, que en un momento en que el sentido de la fe y de lo sagrado se está extinguiendo por todos lados, es necesario que precisamente en la liturgia se halle la forma privilegiada de encontrar a Dios. La liturgia es y sigue siendo el lugar más idóneo para encontrar a Dios y por eso el Papa, ocupándose de ella, no está tratando problemas secundarios sino cuestiones primarias. Si la liturgia habla de cosas mundanas, ¿cómo se hace para ayudar al hombre?

A los utopistas, hay que recordarles que se requiere lo que Benedicto XVI llama “la paciencia del Amor”.

El ofertorio antiguo hablaba al hombre de Dios con la elocuencia de expresiones profundas sobre el valor sacrificial, sobre la naturaleza de la Misa como sacrificio ofrecido a Dios. ¿Se podría pensar en una corrección, en este sentido, del nuevo rito?

 

Es importante que sea conocida la Misa antigua, llamada también tridentina pero que es más oportuno llamar “de San Gregorio Magno”, como ha dicho recientemente Martin Mosebach. Ésta ha tomado forma ya bajo el Papa Dámaso y luego bajo Gregorio, no con san Pío V, el cual trató de reordenar y codificar, teniendo en cuenta los enriquecimientos de los siglos precedentes y dejando lo obsoleto. Con esta premisa debe ser conocida sobre todo esta Misa, de la que el ofertorio es parte integrante. Hay muchos trabajos de grandes estudiosos en este sentido y muchos se han preguntado sobre la oportunidad de reintroducción del antiguo ofertorio, al que usted se refiere.

Sin embargo, sólo la Sede Apostólica tiene autoridad para obrar en este sentido. Es verdad que la lógica que ha seguido el reordenamiento de la liturgia después del Concilio Vaticano II ha llevado a simplificar el ofertorio porque se consideraba que hubiera más fórmulas de oraciones ofertoriales; de este modo, se introdujeron las dos fórmulas de bendición de sabor judío, permaneció la secreta convertida en oración “sobre las ofrendas” y el orate fratres, y se consideraron más que suficientes. A decir verdad, esta sencillez, vista como un retorno a la pureza antigua, entra en conflicto con la tradición litúrgica romana, con la bizantina y con otras liturgias orientales y occidentales. La estructura del ofertorio era vista por los grandes comentadores y teólogos de la Edad Media como la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, que va a inmolarse en ofrenda sacrificial. Por eso, las ofrendas eran ya llamadas “santas”, y el ofertorio tenía un gran importancia. La sucesiva simplificación de la que he hablado ha hecho que hoy muchos pidan el retorno de las ricas y bellas oraciones del “suscipe sancte Pater” y del “suscipe Sancta Trinitas”, sólo por citar algunas. Pero será por medio de una más amplia difusión de la Misa antigua que este “contagio” del antiguo sobre el nuevo será posible. Por eso, reintroducir la Misa “clásica”, si se me permite la expresión, puede constituir un factor de gran enriquecimiento. Es necesario facilitar una celebración festiva regular de la Misa tradicional al menos en cada Catedral del mundo, pero también en cada parroquia: esto ayudará a los fieles a conocer el latín y a sentirse parte de la Iglesia Católica, y en la práctica los ayudará a participar en las Misas en las reuniones en santuarios internacionales. Al mismo tiempo, es necesario también evitar reintroducciones descontextualizadas; quiero decir que hay una ritualidad ligada a los significados expresados que no puede ser reintroducida simplemente insertando una oración, se trata de un trabajo más complejo.

La gestualidad y la orientación tienen ciertamente una gran importancia, lo que el fiel ve es reflejo de una realidad invisible. ¿La cruz en el centro del altar puede ser el modo para recordar qué es la Misa?

La cruz en el centro del altar es el modo para recordar qué es la Misa. No hablo de una cruz “mínima” sino de una cruz tal que pueda ser vista, la cruz debe ser de dimensiones proporcionadas al espacio eclesial. Ella debe volver al centro, debe estar en eje con el altar, debe poder ser vista por todos. Debe ser el punto en el que se crucen la mirada de los fieles y la mirada del sacerdote, dice Joseph Ratzinger en “Introducción al espíritu de la liturgia”. Debe estar en el centro, independientemente de la celebración, aún si ésta se desarrolla “hacia el pueblo”. Insisto en una cruz bien visible, de otro modo, ¿de qué sirve una imagen que no es adecuadamente útil? Las imágenes hacen referencia al prototipo. Todos sabemos que ha habido también una posición anicónica, por ejemplo, Epifanio de Salamina, como también los cistercienses, pero la iconodulía ha prevalecido luego con el Niceno II de 787, en base a lo que decía San Juan Damasceno: la imagen refiere al prototipo. Esto vale todavía más actualmente en la que se llama civilización de la imagen. En un momento en que la visión se ha convertido en instrumento privilegiado para nuestros contemporáneos, no se puede exponer lateralmente una pequeña cruz o un esbozo ilegible de ella, sino que es necesario que la cruz, con el Crucificado, sea bien visible sobre el altar, desde cualquier ángulo donde se lo mire.

Frente al redescubrimiento de las exigencias de las que nos ha hablado, hay, de todos modos, un difícil paso que es el de las decisiones prácticas. ¿Cómo moverse?

En mi humilde opinión, la prioridad es hacer comprender el sentido de lo divino. El hombre busca a Dios, busca lo sagrado y lo que es signo de ello; en la exigencia natural de dirigirse a Dios y de venerarlo, se busca el encuentro con Dios en las formas sagradas del rito. Cuando se pierde la verdadera sacralidad del culto cristiano, el hombre continúa yendo a tientas, pero de modo distorsionado, ya que se encuentra como desorientado. ¿Cómo puede entonces el hombre responder concretamente a esta exigencia? En primer lugar, debe poder encontrar en la Iglesia lo que es la definición por excelencia de lo sagrado: Jesús Eucarístico. El Tabernáculo debe volver al centro. Es cierto históricamente que, en las grandes basílicas o en las catedrales, el tabernáculo estaba en capillas laterales. Sabemos bien que con la reforma tridentina se prefirió poner en el centro el tabernáculo, también para contrastar los errores protestantes sobre la presencia verdadera, real y sustancial del Señor. Pero también es cierto que actualmente la mentalidad que nos circunda, no contesta sólo la presencia real sino que contesta la presencia de lo divino. En la religión, naturalmente el hombre busca el encuentro con lo divino, pero esta presencia de lo divino no puede ser reducida a algo puramente espiritual. Esta presencia debe ser “tocada” y esto no se hace con un libro, no se puede hablar de presencia de lo divino sólo en los términos relativos a la lectura de las Sagradas Escrituras. Ciertamente, cuando la Palabra de Dios es proclamada, se puede justamente hablar de presencia divina pero es una presencia espiritual, no es la presencia verdadera, real y sustancial de la Eucaristía. De aquí la importancia del retorno a la centralidad del tabernáculo y, con él, a la centralidad del Cuerpo de Cristo presente. El lugar central no puede ser la sede del celebrante, no es un hombre quien está al centro de nuestra fe sino que es Jesús en la Eucaristía. De lo contrario, se termina comparando la iglesia a un aula, a un tribunal de este mundo, en cuyo centro se sienta un hombre.

El sacerdote es ministro, no puede estar en el centro. En el centro está Cristo-Eucaristía, está el tabernáculo, está la cruz. De allí se debe recomenzar. De lo contrario, se pierde el sentido de lo divino. El tabernáculo es lo que debe atraer como centro en una iglesia.

El Cardenal Castrillón, en la homilía del 24 de septiembre de 2007 en Saint Eloi, decía que la Iglesia tiene necesidad de institutos “especializados” en la liturgia tradicional. ¿Considera también usted que los institutos hoy ligados a Ecclesia Dei pueden tener un rol en la formación de los sacerdotes o en el redescubrimiento de las riquezas de la Tradición?

¡Ciertamente! Estos institutos ejercen un carisma, y un carisma es algo que está en la Iglesia al servicio de la Iglesia. Una diócesis puede sacar gran beneficio del hecho de servirse de su ayuda. ¿Qué habría sido el Franciscanismo si el Papa no lo hubiera reconocido y puesto a disposición para el bien de toda la Iglesia?

 

Fuente: Disputationes Theologicae

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

fuente: la buhardilla de jeronimo

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Domingo 25 de abril de 2010.

El Papa creará un dicasterio para la “nueva evangelización” 

                               

Ofrecemos nuestra traducción de esta noticia, publicada hoy en Il Giornale por el vaticanista Andrea Tornielli, sobre un nuevo dicasterio que el Papa Benedicto XVI creará en las próximas semanas.

Está profundamente preocupado por el crecimiento del escándalo de los abusos sexuales sobre menores y por las campañas mediáticas que quieren involucrarlo, pero Benedicto XVI no deja de sorprender: en las próximas semanas será anunciada la creación de un nuevo dicasterio de la Curia romana dedicado a la evangelización de Occidente que estará presidido por el arzobispo Rino Fisichella.

El Papa Ratzinger está preparando la carta apostólica que sanciona la decisión. Una decisión clamorosa, la institución del Pontificio Consejo para la nueva evangelización, un nuevo “ministerio” dedicado a la misión en el primer y en el segundo mundo, es decir, en los países donde el anuncio del Evangelio ya se ha hecho desde hace siglos pero donde actualmente su eficacia en la vida de las personas parece haberse perdido. Europa, Estados Unidos y América del Sur serán las principales zonas de influencia de la nueva estructura, que flanqueará a la Congregación de Propaganda Fide, dedicada en cambio a la evangelización en las tierras de nueva misión. El nuevo “ministerio” representa, hasta este momento, la novedad más consistente del pontificado de Benedicto XVI, un Papa que, según los pronósticos, habría simplificado la Curia romana.

La expresión “nueva evangelización” fue usada por primera vez por Juan Pablo II en junio de 1979 en Nowa Huta, barrio de los obreros polacos, modelo de una ciudad sin Dios, sin símbolos religiosos, sin iglesias. Aquellas palabras se convirtieron en una clave de lectura del pontificado itinerante de Wojtyla. La idea de constituir un dicasterio ad hoc dedicado a esta tarea, en cambio, se encuentra en una propuesta que don Luigi Giussani, fundador de Comunión y Liberación, hizo al mismo Juan Pablo II al inicio de los años `80, como recordaba el cardenal Paul Josef Cordes en el prefacio al tercer volumen sobre la historia de Comunión y Liberación, redactado por don Máximo Camisasca. En aquel entonces, sin embargo, el contexto era diverso, la idea no tuvo éxito. ¿Cómo resurgió? Según autorizadas indiscreciones recogidas por Il Giornale, quien propuso el nuevo dicasterio al Papa Ratzinger habría sido, ya más de un año atrás, el cardenal patriarca de Venecia, Angelo Scola, también él muy sensible al problema. Benedicto XVI apreció de inmediato la propuesta y la hizo propia, determinando en monseñor Fisichella, teólogo, la persona más idónea para guiar el nuevo Pontificio Consejo.

Fisichella, actualmente rector de la Pontificia universidad lateranense, está por dejar el cargo después de un quinquenio (el sucesor debería ser el salesiano Enrico Dal Covolo, estimado por el Papa, al cual predicó recientemente los ejercicios espirituales, y cercano al Secretario de Estado Bertone). Dejará también la guía de la Pontificia Academia para la Vida para dedicarse exclusivamente al nuevo e importante deber. La sede del nuevo dicasterio, específicamente dedicado a reevangelizar al Occidente que ha olvidado a Dios y sus raíces, estará muy probablemente en el inicio de la Via della Conciliazione.

La relación entre el Occidente ya descristianizado y la fe está, desde siempre, en el centro de la atención de Joseph Ratzinger. “La Iglesia evangeliza siempre y nunca ha interrumpido el camino de la evangelización”, afirmaba el entonces cardenal a un congreso sobre la catequesis del año 2000, “sin embargo, observamos un proceso progresivo de descristianización y de pérdida de valores humanos esenciales que es preocupante”. “Por eso, buscamos – continuaba -, además de la evangelización permanente, nunca interrumpida, una nueva evangelización, capaz de hacerse sentir por aquel mundo que no encuentra acceso a la evangelización «clásica». Todos tienen necesidad del Evangelio; el Evangelio está destinado a todos y no sólo a un círculo determinado y, por eso, estamos obligados a buscar nuevos caminos para llevar el Evangelio a todos”.

 

Al asumir el nuevo cargo, Fishichella, que seguirá siendo capellán de la Cámara de diputados, está destinado a permanecer en la Curia romana, y se convierte en un candidato a la púrpura. Sale, en cambio, de las previsiones que lo ponían en pole position para la diócesis de Turín, en la cual siguen el obispo de Alessandria, Giuseppe Versaldi, cercano a Bertone; y el obispo de Vicenza, Cesare Nosiglia, cercano al presidente de la CEI, Angelo Basgnasco. Mientras que para la sucesión del cardenal de Milán, Dionigi Tettamanzi, crece la candidatura del arzobispo Gianfranco Ravasi, “ministro” de la cultura vaticano.

Fuente: Il Giornale

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo.

FUENTE: LA BUHARDILLA DE JERÓNIMO

 

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Benedicto XVI: “La penitencia es una gracia”

Ofrecemos esta noticia, tomado de Radio Vaticana, sobre la homilía que el Santo Padre Benedicto XVI pronunció esta mañana, al celebrar la Santa Misa con los miembros de la Pontificia Comisión Bíblica. En la misma, además de referirse a la realidad de la penitencia, el Papa denunció la existencia, en nuestros días, de una “dictadura del conformismo”.

Jueves, 15 abr (RV).- Benedicto XVI ha presidido, a las siete y media de esta mañana, en la Capilla Paulina del Palacio Apostólico, la concelebración Eucarística con los miembros de la Pontificia Comisión Bíblica. Y en su homilía ha reflexionado sobre la primacía de la obediencia a Dios y el verdadero significado de la penitencia y del perdón en la vida de los cristianos.

Evocando las palabras de san Pedro ante el Sanedrín, el Papa ha recordado que hay que obedecer a Dios en lugar que a los hombres. La obediencia a Dios da a Pedro la libertad de oponerse a la suprema institución religiosa. Al igual que Sócrates ante el Tribunal de Atenas, que le ofrece la libertad a condición de no volver a buscar a Dios, no debe obedecer a estos jueces, comprar su vida perdiéndose a sí mismo, sino debe obedecer a Dios. En los tiempos modernos se ha teorizado la liberación del hombre, también de la obediencia a Dios: el hombre sería libre y autónomo y nada más.

“Pero esta autonomía es una mentira, una mentira ontológica, porque el hombre no existe por sí mismo y para sí mismo. Es una mentira política y práctica, porque la colaboración y el compartir libertades son necesarios, y si Dios no existe, si Dios no es una instancia accesible al hombre, queda como suprema instancia sólo el consenso de la mayoría. Luego, el consenso de la mayoría se vuelve la última palabra a la cual debemos obedecer y este consenso – lo sabemos por la historia del siglo pasado – puede ser también un consenso en el mal. Así vemos que la denominada autonomía no libera al hombre”.

Benedicto XVI ha subrayado que “las dictaduras han estado siempre en contra de esta obediencia a Dios”. “La dictadura nazi, así como la marxista, no pueden aceptar a un Dios por encima del poder ideológico y la libertad de los mártires, que reconocen a Dios... es siempre el acto de la liberación, en el cual llega la libertad de Cristo a nosotros”.

 

Hoy, gracias a Dios – ha proseguido Benedicto XVI – no vivimos en dictaduras pero existen formas sutiles de dictaduras.

“Un conformismo, por el que se vuelve obligatorio pensar como piensan todos, actuar como actúan todos, y la sutil agresión contra la Iglesia, o incluso menos sutil, demuestran cómo ese conformismo puede realmente ser una verdadera dictadura”.

Para los cristianos – añadió el Santo Padre -, obedecer más a Dios que a los hombres, supone, sin embargo, conocer verdaderamente a Dios y querer verdaderamente obedecer, y que Dios no sea pretexto para la propia voluntad sino que sea realmente Dios el que invita, en caso necesario, también al martirio.

“Nosotros hoy tenemos a menudo un poco de miedo de hablar de la vida eterna. Hablamos de las cosas que son útiles para el mundo, mostramos que el cristianismo ayuda también a mejorar el mundo, pero no nos atrevemos a decir que su meta es la vida eterna y que de la meta vienen luego los criterios de la vida”.

Entonces – ha enfatizado Benedicto XVI – debemos tener la valentía, la alegría, la gran esperanza de que la vida eterna existe, que es la verdadera vida y que de esta verdadera vida viene la luz que ilumina también este mundo.

En esta perspectiva, “la penitencia es una gracia”, es una gracia que nosotros reconozcamos nuestro pecado, que reconozcamos que tenemos necesidad de renovación, de cambio, de una trasformación de nuestro ser.

“Debo decir que nosotros los cristianos, también en los últimos tiempos, hemos evitado a menudo la palabra penitencia, que nos parece demasiado dura. Ahora, ante los ataques del mundo que nos hablan de nuestros pecados, vemos que el poder hacer penitencia es una gracia y vemos cómo es necesario hacer penitencia. Es decir, reconocer lo que está equivocado en nuestra vida. Abrirse al perdón, prepararse al perdón, dejarse transformar. El dolor de la penitencia, es decir, de la purificación y de la trasformación, este dolor es una gracia, porque es renovación, es obra de la Misericordia divina”.

 

Benedicto XVI ha exhortado a rezar para que “nuestro nombre entre en el nombre de Dios y nuestra vida se vuelva verdadera vida, vida eterna, amor y verdad”.

Fuente: Radio Vaticana.

 fuente la buhardilla de Jerónimo

 


 
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